Por qué me hice quiropráctica

Antes de ser quiropráctica trabajaba como archivero en una gran planta de tratamiento de residuos nucleares en Normandía. El departamento en el que trabajaba estuvo cerrado durante 6 meses, por lo que había un enorme trabajo atrasado que tenía que completar. Además de trabajar con el ordenador, tenía que agacharme y levantar mucho peso. Justo cuando estaba terminando esta enorme tarea, coloqué la última caja en el estante inferior y me di cuenta de que no podía ponerme de pie.

En la ciudad donde trabajaba no había médico de la espalda, pero sí un quiropráctico, así que dos compañeros me llevaron en coche al quiropráctico.

Me trató y después del primer tratamiento me sentí mucho mejor. El tratamiento que me dio fue un shock, en el buen sentido, porque me había corregido la columna. Tanto que casi me desmayo y le di un susto al quiropráctico. No fue por el dolor, sino por el enorme cambio en mi columna vertebral. Después, descubrí que este cambio había corregido mi forma de andar y ya no llevaba los zapatos inclinados hacia abajo.

El quiropráctico me contó la historia de por qué dejó su trabajo y se fue a formarse en EE.UU. como quiropráctico.

Su padre sufría dolores crónicos en la espalda, tan intensos, tan fuertes y sin alivio, que se deprimió y pensó en suicidarse. Su padre acudió a un quiropráctico y, tras cuatro o cinco sesiones, dejó de sufrir ese terrible dolor y se le quitó la depresión.

Esta maravillosa historia y mi propia experiencia me inspiraron para hacerme quiropráctica, así que también fui a EE.UU. a formarme y obtener mi titulación.

Traducción realizada con la versión gratuita del traductor DeepL.com